A 6) La muerte del Hno. Enrique L’Heureux.
Fue el signo de la Providencia para que Juan Bautista de La Salle
entendiera, primero, y transmitiera, en seguida, a su Instituto que el
laicado era para el maestro cristiano una condición para la entrega
plena a la escuela, un instrumento imprescindible para el trabajo
apostólico en sus centros educadores, un signo de la voluntad
explícita de Dios. Así de contundente fue el Fundador en sus
decisiones. Y su eco ha durado más de tres siglos, desde 1691, sin
apenas variación significativa y sin especiales discrepancias en un
Instituto que llegó en algunos momentos a ser de los más numerosos de
la Iglesia y cuyos miembros han estado extendidos por más de un
centenar de países o regiones del mundo.
Con un rechazo total, clarividente y motivado, providencial se puede
decir, de la clericatura para sus Hermanos, Juan Bautista, sacerdote
él en plenitud e inquebrantablemente unido a la cátedra del Obispo de
Roma y sucesor de Pedro, inició una forma de vida religiosa y
apostólica original y novedosa.
El Hno. Enrique L`Heureux fue el instrumento elegido misteriosamente
por Dios para hacer resonar el tal mensaje de laicidad. Falleció en el
Seminario de París hacia 1691. Era un Hermano inteligente, generoso,
disponible, humilde, hábil y, sobre todo, piadoso y fiel a todo lo que
entendiera como querer divino. Se había ganado el corazón de Juan
Bautista De la Salle y respondía siempre con rectitud y sencillez a
sus consignas. Sabía lo que se traía entre manos y tenía el “sentido
de su estado” o, mejor, “la gracia de su estado”, como prefería decir
el Fundador. Era una verdadera promesa para la naciente familia
eclesial de educadores que acababa de surgir en Reims. Su vocación era
firme y su trabajo magnífico.
Es probable que hubiera ingresado en la Comunidad de maestros de la
Salle en 1682, cuando algunos de los traídos o reclutados por Nyel
para las escuelas de Reims se habían acobardado y retirado. Los nuevos
maestros que llegaron para sustituirlos, y él fue uno de ellos, ya no
vinieron para una trabajo interesado, sino que fueron dones de Dios
para la empresa del canónigo de Reims y mostraron verdadera vocación.
El Hno. Enrique fue enviado pronto como Director de Laón en los
comienzos del curso de 1686.
Al terminar el retiro o encuentro de ese año, algo antes de
Septiembre, Juan Bautista logró persuadir a Hermanos de que había
llegado el momento de poner a uno de ellos como superior. Así se
evitaría el riesgo de recibir uno de fuera impuesto por la autoridad
eclesiástica y carente del espíritu de la Comunidad. En la votación
secreta que les solicitó cayó la atención de los asistentes en el buen
Hermano Enrique que, a pesar de su juventud (22 o 23 años), mostraba
espíritu alegre y abierto, gran capacidad de servicio y gran piedad y
amor a Dios.
El Hno. Enrique fue el único que quedó desconcertado y abatido, se
resignó y comenzó a ejercer con interés y sencillez su servicio de
Superior. Juan Bautista fue modelo de humildad y obediencia para con
él. Y esto fue lo que le perdió. Cuando se le venía a visitar, siempre
decía que tenía que pedir permiso al Superior, que él ya no podía
decidir sobre las cosas de la casa. Pronto corrió la voz entre
diversos eclesiásticos, los cuales consideraron un desdoro que un
sacerdote de su prestigio estuviera sometido a un pobre laico. El
rumor llegó al Arzobispo, quien inmediatamente dio orden de que Juan
Bautista fuera el Superior, no sin condenar la extravagancia de que un
sacerdote se pusiera bajo la obediencia de una persona sin “carácter”
(carácter sacerdotal). Ni que decir tiene que el buen Hno. Enrique vio
los cielos abiertos.
Pero Juan Bautista de la Salle tenía claro que era un verdadero
peligro para la obra que, si él llagara a faltar, se impusiera desde
fuera un superior ajeno a la familia de los Hermanos y les siguieran
mirando como personal de sacristía. Por eso, diseñó una nueva
estrategia, que fue la de hacer que el Hno. Enrique fuera al
Seminario, se preparara en el estudio de la Filosofía y de la Teología
y que recibiera la ordenación que le consagrara como dignidad, más que
como servicio, ante las gentes y las autoridades externas.
Al poco tiempo de estar en el Seminario de París, sucedió lo que menos
podía esperar el Fundador. El Hermano estudiaba con amor y eficacia,
pero cayó enfermo de gravedad. Durante los pocos días que duró su
penosa situación se hizo lo posible por él. Una carta urgente avisó a
Juan de la Salle de la situación. Lleno de angustia, se pudo en
camino. Cuando llegó, el Hno. Enrique había sido ya enterrado. El
“Bendito sea Dios” que Juan de la Salle tendría ya en adelante como
muletilla mística y de profundo reflejo de su fe, fue lo único que le
salió de los labios. Pero esta vez la salió repetidamente mientras
consolaba con lágrimas a los Hermanos. Los biógrafos hablan de una
profunda angustia y desconcierto, cosa que nunca se había dado en él y
que nunca más se volvería a dar. “Se cree que nunca en su vida recibió
una herida tan dolorosa”, dice Blain.
En sus horas de lágrimas y dolor, entendió lo acontecido como una
señal celeste: Dios le indicaba que nunca los Hermanos debería ser
sacerdotes. Su labor exigía la laicidad total. Se le vino abajo su
plan particular, pero entendió el plan de Dios para su obra. Se hundió
en la oración. Incluso la enfermedad que sufrió poco después le
reforzó su persuasión. El cansancio del camino y la pena por el hecho
le habían llevado al lecho, sin poder moverse. Una retención de orina
le puso en peligro de muerte. El párroco fue quien logró con sus
influencias que le atendiera un célebre médico de la Corte, el doctor
holandés Adrián Helvetius, que le aplicó un arriesgado remedio. La
situación era tan seria que, antes del remedio, recibió con piedad los
últimos sacramentos.
La intervención del médico, no sabemos en qué consistió, dio
resultado. Y el peligro mortal se conjuró. Pero Juan Bautista tuvo que
quedar en el lecho durante seis semanas. Entre oración y reflexión
comprendió lo que Dios había querido decirle. La educación en la
escuela supone entrega en totalidad. No es compatible con la ayuda en
la sacristía, con la plegaria en el coro, con el oficio eclesial en
las manos. Los Hermanos de las Escuelas Cristianas serían siempre
laicos (no seglares), porque la Providencia divina lo quiso, no porque
el Fundador del Instituto lo decidiera y sus primeros religiosos lo
aceptaran.
En el contexto de las Escuelas Cristianas así se interpretó su gesto.
Y en vida así lo entendió el Fundador. Si es o no es esencial para el
Instituto, deben decidirlo los eruditos, después de explicar muchas
etimologías, conceptos, trayectorias y polémicas: la de carisma, la de
ministerio, la de sacerdocio como servicio y la de cada cultura como
contexto. Lo único que no puede ser puesto en duda es que Juan
Bautista quiso para su Instituto la laicidad consagrada y para el
trabajo de los suyos la entrega total a la tarea educadora, sin que
las demás sean ni mejores ni peores.
Textos para la reflexión
“El mismo Jesús es el que asegura que Dios se cuida por sí mismo de
vuestro sustento y conservación. El mismo dice “Vuestro Padre
celestial sabe las necesidades que tenéis”. Estad persuadidos de que,
si buscáis el Reino de Dios y su justicia, todo lo demás se os dará
por añadidura” (Med. 63.3)
"La mansedumbre y ternura con el prójimo fue lo que permitió a S.
Francisco ganar tantas almas para Dios, de modo que se calculan en
setenta y dos mil los que apartó de sus errores. Esta virtud le
conquistaba el corazón de cuantos tenían trato con él...
¿Tenéis vosotros tales sentimientos de caridad y ternura con los niños
pobres que educáis? ¿Aprovecháis el afecto que os profesan para
ganarlos para Dios? Si usáis con ellos firmeza de padres para
alejarlos del desorden, debéis sentir por ellos ternura de madre para
acogerlos y procurarles todo el bien que esté en vuestras manos".
(Med. 101. 3)
“Ponderad aquello que dice San Pablo: “Es Dios quien ha establecido en
la Iglesia apóstoles, profetas y doctores” Y os convenceréis de que es
Dios quien os ha puesto en vuestro empleo y estado. Una de las
señales, según el mismo Apóstol, de que ello es así es que hay
diversidad de ministerios y diversas operaciones. Pero el Espíritu
Santo es el que da los dones para utilidad de toda la Iglesia”. (Med.
201.1)
NACIMIENTO DE LOS RELIGIOSOS LAICALES
Los religiosos laicales
Fue en el siglo XVII cuando surgen nuevas necesidades en una sociedad
que va despertando a la cultura y a los compromisos apostólicos, una
vez que la reacción contra la revolución protestante se fue serenando.
La distancia entre clero y pueblo, entre sacerdote con estudio y laico
con ignorancia, se va amortiguando y se comienza a pensar en la misma
Iglesia que se puede ser laico y evangelizador apostólico y no es
necesario ser clérigo para pertenecer a los estamentos consagrados.
A Juan Bautista de La Salle le cuesta mucho que sus maestros,
comprometidos con votos religiosos, con una consagración formal en la
Iglesia, sean reconocidos con estatuto normal y original. Pero es uno
de los que abren brecha en el siglo XVI y en el XVII y van dando forma
a los religiosos laicales.
En su tiempo, el laicado quedaba excluido del ámbito de lo sagrado y
se refugiaba en una espiritualidad devocional separada de la liturgia,
aunque siempre al amparo de la protección paternalista de los
clérigos.
La práctica protestante, de ruptura con la jerarquía, con el celibato
sacerdotal, con los compromisos religiosos, a ejemplo de los
promotores de la Reforma, Lurtero, Calvino, Zwinglio, Melanchton, se
va volviendo antídoto de las exageraciones y hace posible que en la
Iglesia surja una floración de religiosos laicales que se dedican por
vocación y consagración a los diversos apostolados que la sociedad
reclama. En sintonía con el nuevo espíritu, el laicado adquiere en la
Iglesia conciencia de su misión que se expresará en la búsqueda de una
Iglesia más cercana al Evangelio.
Con el Humanismo renacentista, a partir de finales del siglo XIV, la
sociedad medieval se desintegra. Aparece la conciencia individual, la
“devotio moderna”, un espíritu de mayor libertad. Lucero lo había
llevado por el camino de la rebeldía y de la ruptura. Otros muchos
mensajeros lo van a orientar por el atajo de la construcción de
realidades eclesiales nuevas.
El laicado, bastantes años antes de Lucero, estaba empezando a
reformar la Iglesia desde abajo. Lucero fue un freno en el movimiento
de protagonismo laical, pues Trento frenó en seco ese movimiento en el
ámbito católico. Serenadas las aguas superficiales, las grandes vetas
acuíferas volvieron a manar de nuevo. A partir de la nueva valoración
de la dignidad bautismal y al amparo de las corrientes racionalistas y
naturalistas del XVII, se construyen nuevas realidades eclesiales,
nuevas instituciones apostólicas. Tales son los religiosos laicales,
no seculares, que Juan Bautista de la Salle, acaso sin tenerlo él
personalmente claro, aportó a la Historia de la vida religiosa.
Por eso, es mérito suyo haber creado los pilares de una espiritualidad
cristiana, religiosa, para educadores, totalmente apartados de la
estructura clerical, pero íntimamente ligados a una Iglesia
impresionantemente joven. Con todo, harían falta un par de siglos más
para que lo que Juan Bautista de la Salle inició se convirtiera en una
floración fecunda de cientos de Institutos no dependientes de las
formas análogas clericales.
El Fundador de las escuelas cristianas puso la simiente del laicado,
que, luego, en el siglo XVIII y en el XIX crecerá como un despertar
inaudito, y que proseguirá a lo largo del siglo XX con multitud de
familias religiosas laicales.
La tarea principal de los laicos desde el siglo XVIII va a ser la
defensa de los valores cristianos a través de la cultura, la
educación, la ciencia y la política, la asistencia sanitaria y la
apertura a las misiones en el tercer mundo. Este movimiento laical no
logrará romper la imagen clerical de la Iglesia. Muchos clérigos
conservarán una mentalidad clasista, heredada de los tiempos antiguos,
difícil de superar del todo. Pero el mundo y la vida cristiana ya no
serán patrimonio de los “ordenados in sacris”, sino de los creyentes
en Jesús.
Una lista de Institutos laicales puede dar idea de cómo se ha
desarrollado este movimiento, cómo el carisma laical ha dado frutos de
vida de fe y de apostolado, sobre todo educativos. Sólo se citan los
Instituto masculinos, ya que los femeninos van a ser muy numerosos y
por la situación de la mujer en la Iglesia carecen de la dialéctica
entre sacerdocio y laicado, que se da entre los varones.
En los comienzos, antes de las convulsiones de la Revolución Francesas
(1789), y sin entrar en la gran explosión que se dio en Europa después
de la derrota de Napoleón y la restauración subsiguiente del siglo
XIX, se pueden citar algunas figuras interesantes. Luego, vendrían
muchos más, cientos, en todos los países del mundo. En el siglo XVIII,
mientras los Enciclopedistas sembraban su naturalismo, su laicismo y
su agresividad, al tiempo que la obra de Juan Bautista de La Salle,
surgían otras llamaradas de religiosidad laical en la Iglesia. Se
pueden citar:
*
1665. Beato José Pedro de Bethencourt 16261667. "Hermanos
Bethlemitas". Guatemala.
*
1673. Cristóbal López de Valladolid (16381690). "Hermanos y
Hermanas Hospitalarios de Jesús Nazareno". Córdoba.
*
1683. Juan Herbert (16451718). "Hermanos y Hermanas de la
Providencia". Gosseliers. Bélgica.
*
1678. Pablo S. Franzoni (17081788). "Operarios Evangélicos".
Génova. 1768.
*
1687. Charles Démia (16371689). Sociedad de maestros de San
Carlos". Lyon.
*
1705. Carlos Fr. Poullart des Places (16791709). "Congregación
del Espíritu Santo y del Inmaculado Corazón de María". París.
*
1715. Daniel Brouwer (16741745). "Hermanos Penitentes de S.
Francisco". Meerveldhoven. Holanda.
*
1716. S. Luis Grignon de Monfort (16731716) "Hermanos de S.
Gabriel". S. Lorenzo.
*
1723. Mateo Ripa (16821746). "Misioneros de la Sagrada Familia"
(para China). Nápoles 1723.
*
1730. Carlos Tambourin (16771762). "Hermanos de las Escuelas
Cristianas de S. Antonio". París.
*
1761. José van Dale. (+1780) "Hermanos de Van Dale". Kortrijk.
Bélgica. 1761.
SITUACION Y EVOLUCION DE LOS RELIGISOS LAICOS
EN LA IGLESIA Y EN LA LEY ECLESIAL
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INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA
SOCIEDADES DE VIDA APOSTOLICA
Los Institutos religiosos y los Institutos seculares son las dos
categorías que componen principalmente el estado de la vida consagrada
por la profesión de los consejos evangélicos en la Iglesia; en algunos
aspectos las Sociedades de vida apostólica (can. 731 § 1) tienen una
legislación canónica semejante a la de los Institutos de vida
consagrada, aunque formando categoría aparte.
Son consagrados aquellos laicos o clérigos que profesan los consejos
evangélicos por medio de un vínculo sagrado, como miembros de un
Instituto de vida consagrada (can. 573 § 2).
Los Institutos de vida consagrada son sociedades eclesiásticas
erigidas, aprobadas y competentemente organizadas por la Iglesia a
través de una adecuada legislación general y particular (Reglas,
Constituciones, Estatutos), para que pueda en ellas suficiente y
oficialmente profesarse el estado de vida de la consagración religiosa
(can. 576).
Los Institutos de derecho pontificio son aquellos erigidos o aprobados
por la Santa Sede mediante decreto formal. Los Institutos de derecho
diocesano son aquellos erigidos por los Obispos y que no han recibido
de la Sede Apostólica el decreto de aprobación (can. 589). El Anuario
Pontificio registra solamente los Institutos de derecho pontificio.
INSTITUTOS RELIGIOSOS
El estado religioso es un estado público y completo de vida
consagrada. A los preceptos comunes para todos los fieles se añaden
los tres consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, por
medio de votos perpetuos o temporales, que se han de renovar al vencer
el plazo (can. 607 § 2), pero siempre públicos, es decir, aceptados
como tales por la Iglesia (can. 1192 § 1). Este estado religioso
comporta la vida fraterna en comunidad y una separación del mundo
conforme sea el carácter y la finalidad de cada Instituto (can. 607 §
2 y 3).
Se llaman Ordenes (Ordenes regulares) aquellos Institutos en los que,
según la propia historia e índole o naturaleza, se emiten votos
solemnes, al menos por una parte de sus miembros. Los miembros de las
Ordenes se llaman Regulares, y si son de sexo femenino, Monjas.
Los demás Institutos religiosos se llaman Congregaciones, o
Congregaciones Religiosas, y sus miembros, Religiosos de votos simples
(can. 1192 §2). Las Órdenes preceden históricamente a las
Congregaciones.
En el Código de Derecho Canónico se denominan Institutos Clericales
aquellos que, según el proyecto del fundador, o bien en virtud de una
legítima tradición, se hallan bajo la dirección de clérigos, asumen el
ejercicio del orden sagrado y como tales están reconocidos por la
Iglesia (can. 588 § 2).
Si, por el contrario, si el patrimonio propio del Instituto no incluye
el ejercicio del orden sagrado, sino que es reconocido con su carácter
no clerical por la Iglesia, se llama Instituto laical (can. 588 § 3).
En el Código, los Institutos Religiosos están regulados por una
disciplina común. Subsisten, no obstante, diversas categorías que
responden a las varias formas que la vida religiosa ha asumido en el
curso de la historia.
De cada una de estas formas se da a continuación un brevísimo perfil
histórico respetando el orden cronológico.
Los Canónigos Regulares, que unen el estado y oficio clerical con la
observancia de la vida comunitaria religiosa y de los consejos
evangélicos, toman su propio origen de la comunidad clerical que vivía
junto al Obispo. Fue San Agustín, a finales del s. IV y principios del
s. V, quien dio a esta forma de vida religiosa los trazos más
característicos.
Los monjes, desde el punto de vista histórico, son los primeros
religiosos que vivían en comunidad. En la primera mitad del s. IV las
zonas desérticas de Egipto septentrional se poblaron de colonias de
eremitas, cuyos dichos se recogieron en los Apophtegmata Patrum.
Algunos de estos eremitas reunieron en torno a sí grupos de
discípulos, que dieron origen al cenobitismo egipcio o pacomiano,
caracterizado por una disciplina fuerte, a veces ruda. Durante el
mismo s. IV, surgió en Asia Menor, bajo la guía doctrinal de S.
Basilio, un cenobitismo basado en la noción de
comunidadIglesiacuerpo de Cristo.
En Occidente el monacato aparece con matices diversos en casi todos
los países, durante el mismo s. IV. Prevalece, empero, desde el s. VI
el monacato benedictino.
Aunque frecuentemente en el curso de los siglos se ha unido de hecho a
la vida monástica el sacerdocio y el apostolado en sus varias formas,
sin embargo monacato como tal no comporta ninguna unión necesaria con
la vida clerical y con el apostolado individual en manera alguna.
En la actualidad la organización monástica tiene la característica de
ser autónoma es decir no centralizada, siendo autónomas (sui iuris)
cada una de las Abadías o Prioratos conventuales: ello comporta una
mayor amplitud en los poderes del Superior local (Abad, Prior) y una
menor dependencia del Superior General, si existe, y, además, cada
casa tiene el propio noviciado.
El monacato actual puede reducirse a cinco tipos: dos occidentales
(benedictino y cartujo) y tres orientales (paulino, antoniano y
basiliano).
Las Ordenes Mendicantes, que a partir de primeros del s. XIII se
unieron a los Monjes, toman el nombre de la pobreza corporativa que
completa la pobreza individual y comporta la incapacidad de poseer
también como entidad. Además de este severo carácter de la pobreza,
que en casi todas las Ordenes, y por las circunstancias de los
tiempos, fue después más o menos ampliamente derogado, los Mendicantes
tienen otro carácter común, es decir, la unión de la vida regular al
ministerio sacerdotal, apostólico, misionero, o caritativo en diversas
formas. Es además característica común de los Mendicantes, por ellos
introducido y después transmitido a las formas religiosas posteriores,
la centralización del régimen que tiene como cabeza a un Superior
supremo con plenos poderes, y la organización en Provincias.
Los Clérigos Regulares aparecen en el s. XVI y en los primeros años
del s. XVII. Tienen como fundamento del apostolado sacerdotal, en el
sentido más pleno de la palabra, y la vida regular, que acomodan a las
diversas necesidades de los tiempos, sin hacerla menos severa.
A finales del s. XVI y en el s. XVII aparecen en la Iglesia las
Congregaciones Religiosas Clericales. Son algunas pías asociaciones de
clérigos, también después con laicos, que viven en comunidad y, sin
querer llegar a ser verdaderas Ordenes religiosas, se dedican a la
propia perfección y al apostolado o a obras de caridad.
A finales del s. XVII surgen las Congregaciones Religiosas Laicales;
se trata de diversas comunidades de laicos dedicados principalmente a
la instrucción (enseñanza y catequesis) de los niños y de los jóvenes;
persiguen también otras finalidades, p. ej. el cuidado de los
enfermos, encarcelados, desocupados. De hecho excluyen formalmente el
sacerdocio para los propios miembros; alguna vez, sin embargo, admiten
que algunos de ellos reciban el orden sacerdotal para desarrollar la
labor de capellanes de la comunidad laical. Desde mitad del s. XIX,
las Congregaciones religiosas laicales son mayormente femeninas.
INSTITUTOS SECULARES
Los precedentes históricos de estos Institutos se remontan a finales
del s. XVI, aunque el reconocimiento jurídico y el propio
encuadramiento entre los estados de vida consagrada aprobados por la
Iglesia ha tenido lugar solamente el 2 de febrero de 1947, con la
Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia.
Los fieles consagrados a Dios en los Institutos seculares practican la
"sequela Christi", mediante la profesión de los tres consejos
evangélicos, obligatorios por un vínculo sagrado, y entregan la propia
vida a Cristo y a la Iglesia, comprometiéndose en la santificación del
mundo sobre todo trabajando desde dentro de él (can. 710).
Con el apelativo de seculares se ha querido subrayar que la persona
que profesa este estado de vida consagrada no modifica la condición
que tiene en el siglo y que continúa viviendo y actuando en medio del
pueblo de Dios sin salir del propio ambiente social (can. 711; can.
713 § 2), según el modo de vida secular que les es propio.
Los Institutos seculares pueden ser clericales o laicales, masculinos
o femeninos.
SOCIEDADES DE VIDA APOSTOLICA
Las Sociedades de vida apostólica, llamadas primero en el Código de
derecho canónico del 1917: "Sociedades de hombres o de mujeres que
viven en común sin votos", han sido definidas así en el can. 731 § 1 y
2 del Código promulgado en 1983:
"A los Institutos de vida consagrada se asemejan las sociedades de
vida apostólica, cuyos miembros, sin votos religiosos, buscan el fin
apostólico propio de la sociedad y, llevando vida fraterna en común,
según el propio modo de vida, aspiran a la perfección de la caridad
por la observancia de las constituciones. Entre éstas existen
sociedades cuyos miembros abrazan los consejos evangélicos mediante un
vínculo determinado por las constituciones".
San Felipe Neri puede ser considerado como el padre de las Sociedades
de vida apostólica masculinas, tal y como nosotros hoy las conocemos,
y San Vicente de Paúl, el de las Sociedades femeninas.
Las Sociedades de vida apostólica pueden ser clericales o laicales,
masculinas o femeninas.
FEDERACIONES DE LOS INSTITUTOS
DE VIDA CONSAGRADA
Y DE LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTOLICA
El primer Congreso general de los Estados de perfección, reunido en
Roma los primeros días de diciembre del Año Santo 1950, invitó a los
Institutos religiosos y seculares, masculinos y femeninos de las
distintas Naciones a unirse en Federaciones, o Conferencias, o
Consejos de Superiores Mayores. Tales organizaciones de Derecho
Pontificio, se extendieron bien pronto en casi todas las Naciones
(can. 708). Estas conferencias de Superiores Mayores tienen sus
propios estatutos aprobados por la Santa Sede, a la que corresponde
erigirlas (can. 709). Existen, además, aprobadas por la Sede
Apostólica, Uniones mundiales (de Superiores y de Superioras
Generales) y Continentales (en América Latina y en Europa).
Con fecha 23 de mayo 1974, la Congregación ha atribuido personalidad
jurídica a la Conferencia Mundial de los Institutos seculares (CMIS).
No cabe duda de que la aportación del Instituto de Juan Bautista de la
Salle fue decisiva a esta aportación, desde que entendió la llamada de
la Providencia, descubierta en la muerte del Hno Enrique L’Heureux
Laicos y clericalismo en la Iglesia
Comparación entre la actitud de La Salle
y las decisiones del documento XII de Medellín
Eco y reflejo de una Iglesia de vanguardia
en la que hoy está la mitad de los católicos del mundo
Misión del religioso
1. La caridad con que amamos a Dios y al prójimo es la única santidad
que cultivan todos los que, guiados por el Espíritu Santo, siguen a
Cristo en cualquier estado de vida y profesión a la que han sido
llamados.
En la Iglesia, "todos son llamados a la santidad", tanto los que
pertenecen a la Jerarquía, como los laicos y religiosos; santidad que
se realiza mediante la imitación del Señor, por amor. Por el bautismo
el cristiano inició su configuración con Cristo que luego, por la
acción de Dios y la fidelidad del hombre ha de ir creciendo hasta
llegar a la edad perfecta de la plenitud de Cristo. Cada uno ha de
procurar alcanzar la santidad viviendo la caridad según las
características propias de su estado de vida.
2. En estos momentos de revisión, muchos se preguntan cuál es el
puesto que ocupa el religioso en la Iglesia y en qué consiste su
vocación especial dentro del Pueblo de Dios.
A lo largo de la historia de la Iglesia, la vida religiosa ha tenido
siempre, y ahora con mayor razón, una misión profética: la de ser
testimonio escatológico. Todo cristiano sea religioso o laico ha de
buscar el Reino de Dios, identificándose, por amor, con Cristo en el
misterio de su Encarnación, Muerte y Resurrección, que culmina en la
escatología. Pero lo propio del religioso, lo más característico, es
entregar toda su vida al servicio de Dios, viviendo así la caridad,
mediante "una peculiar consagración que se funda íntimamente en la del
bautismo y la expresa con mayor plenitud". Esta consagración peculiar
es un compromiso a vivir con mayor intensidad el aspecto escatológico
del cristianismo para ser dentro de la Iglesia, de un modo especial
"testigo de la Ciudad de Dios".
3. Es decir, por una parte, el religioso ha de encarnarse en el mundo
real y hoy con mayor audacia que en otros tiempos: no puede
considerarse ajeno a los problemas sociales, al sentido democrático, a
la mentalidad pluralista, de los hombres que viven a su alrededor. Y,
así, las circunstancias concretas de América Latina (naciones en vía
de desarrollo, escasez de sacerdotes) exigen de los religiosos una
especial disponibilidad, según el propio carisma, para insertarse en
las líneas de una pastoral efectiva.
Por otra parte, en medio de un mundo peligrosamente tentado de
instalarse en lo temporal, con un consiguiente enfriamiento de la fe y
de la caridad, el religioso ha de ser signo de que el Pueblo de Dios
no tiene una ciudadanía permanente en este mundo, sino que busca la
futura. El estado religioso, "que deja más libres a sus seguidores
frente a los cuidados terrenos, manifiesta mejor a todos los creyentes
los bienes celestiales presentes ya en esta vida y sobre todo da
un testimonio de la vida nueva y eterna conseguida por la Redención de
Cristo y preanuncia la Resurrección futura, y la gloria del Reino
Celestial" (Concilio Vaticano II, Const. Dogm. Lumen gentium, No. 44).
O, según se expresa en otro lugar, "los religiosos, por su estado, dan
preclaro y eximio testimonio de que el mundo no puede ser
transfigurado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las
Bienaventuranzas".
Si es verdad que el religioso se coloca a cierta distancia de las
realidades del mundo presente, no lo hace por desprecio al mundo, sino
con el propósito de recordar su carácter transitorio y relativo.
4. Su testimonio no es algo abstracto, sino existencial, signo de la
santidad trascendente de la Iglesia. Se quiere vivir con mayor
plenitud, mediante esta especial consagración, aquella identificación
personal con Cristo, que se inició en el bautismo. Ella se expresa
principalmente mediante la castidad consagrada, por la que el
religioso "se une al Señor con un amor indiviso", y por la caridad en
la vida comunitaria, que es un preanuncio de la perfecta unión en el
Reino futuro.
En las congregaciones de vida activa la acción apostólica como
actividad misionera, que también tiende a la plenitud escatológica, no
es una labor disociada de la vida religiosa, sino una manifestación
del designio de Dios en la Historia de la Salvación.
5. El testimonio del mundo futuro se manifiesta de un modo especial en
la vida religiosa contemplativa que es una presencia y una mediación
del misterio de Dios en el mundo. Le corresponde un gran papel en la
situación latinoamericana, ya que los contemplativos con su vida de fe
y abnegación invitan a una visión más cristiana del hombre y del
mundo.
Para que este testimonio sea auténtico, se requiere, tanto en la vida
activa como en la contemplativa, un íntimo trato con Dios a través de
la oración personal y una profundización en el sentido de la caridad
cuya mejor expresión es la celebración eucarística.
6. A partir de estos principios insistiremos en aquellos aspectos de
la vida religiosa que tienen relación directa con el desarrollo y la
pastoral en América Latina, temas de esta Conferencia.
II. "Aggiornamiento"
7. Los cambios provocados en el mundo latinoamericano por el proceso
del desarrollo y, por otra parte, los planes de pastoral de conjunto,
a través de los cuales la Iglesia de América Latina quiere encarnarse
en nuestras concretas realidades de hoy, exigen una revisión seria y
metódica de la vida religiosa y de la estructura de la comunidad. Esta
es una condición indispensable para que los religiosos sean un signo
inteligible y eficaz dentro del mundo actual.
8. A veces, se interpreta equivocadamente la separación entre la vida
religiosa y el mundo: hay comunidades que mantienen o crean barreras
artificiales, olvidando que la vida comunitaria debe abrirse hacia el
ambiente humano que la rodea para irradiar la caridad y abarcar todos
los valores humanos.
La verdadera caridad tiene como efecto la flexibilidad de espíritu
para adaptarse a toda clase de circunstancias. El religioso ha de
tener una perfecta disponibilidad para seguir el ritmo de la Iglesia y
del mundo actual, dentro del marco que le señala la obediencia
religiosa. Debe adaptarse a las condiciones culturales, sociales y
económicas, aunque eso suponga la reforma de costumbres y
constituciones, o la supresión de obras que hoy han perdido ya su
significatividad. Las costumbres, los horarios, la disciplina, deben
facilitar las tareas apostólicas.
9. Es necesario tomar en cuenta las inquietudes y los interrogantes de
la juventud, que revelan, en general, una actitud de generosidad y
compromiso con el ambiente.
Por otra parte, hay que abordar seriamente el "conflicto de
generaciones", que se caracteriza no solamente como un conflicto entre
un sistema de normas y otro de valores, sino por el hecho de que a
ciertos valores no se les da ya un carácter absoluto: este
"relativismo" produce en la juventud, y más aún en los adultos, un
estado de inseguridad que llega a afectar los valores de la vida
religiosa y de la misma fe. Es necesario, por tanto, dar una educación
personalizadora que los lleve a realizarse a través de graduales
opciones personales que tengan como meta la vivencia auténtica de los
valores evangélicos.
También notamos que, por esta situación de cambio e inseguridad, se
producen numerosos abandonos en la vida religiosa. En estos casos es
necesario un espíritu de comprensión fraterna que facilite al máximo
el reajuste sicológico y social de quienes dejan sus Institutos.
Vida religiosa y participación en el desarrollo
10. El amor fraternal a todos los miembros del Cuerpo Místico ha de
nacer de la "vida escondida con Cristo en Dios" y ha de ser la fuente
de todo apostolado. El apostolado, por su parte, ha de conducir a la
unidad de la caridad. Para los religiosos de vida activa, la acción
apostólica no puede considerarse como algo secundario, antes bien,
ella "pertenece a la naturaleza misma de la vida religiosa; toda la
vida de sus miembros ha de estar saturada de espíritu apostólico y
toda su obra apostólica ha de estar animada por el espíritu religioso"
(Conc. Vat. II, Const. Dogm. Lumen gentium, No. 44).
La integración de la vida apostólica (en todas sus manifestaciones) en
la vida misma de los institutos religiosos se está presentando en
América Latina como problema de características dramáticas,
especialmente entre los jóvenes, más sensibilizados por los
condicionamientos del proceso de humanización del continente.
A juicio de estos jóvenes aparece una disociación práctica ante el
conjunto de observancias a las que se da el nombre de "vida regular" y
la participación en el desarrollo del hombre latinoamericano.
Esto ocasiona una crítica severa a sus propios institutos y
comunidades, acusando a la vida religiosa, así entendida, de
alienación fundamental respecto a la vida cristiana y de inadaptación
al mundo de hoy.
La crisis en las comunidades religiosas toma grandes proporciones
mientras disminuye el número de los que se presentan para ingresar en
las mismas.
11. Por eso recomendamos a los religiosos:
*
a) Desarrollar y profundizar una teología y una espiritualidad de
la vida apostólica, pues se necesita adquirir una mentalidad que
valore sobrenaturalmente los elementos penitenciales que encierra
el apostolado y realce el ejercicio de las virtudes teologales y
morales que lleva consigo;
*
b) Tomar conciencia de los graves problemas sociales de vastos
sectores del pueblo en que vivimos.
12. La situación actual no puede dejar inactivos a los religiosos.
Aunque no han de intervenir en la dirección de lo temporal, sí han de
trabajar directamente con las personas en un doble aspecto: el de
hacerles vivir su dignidad fundamental humana y el de servirles en
orden a los bienes de la Redención.
Consideramos que la colaboración del religioso en el desarrollo es
algo vital e inherente a su propia vocación. "Cada uno debe aceptar
generosamente su papel, sobre todo quienes por su educación, su
situación y su influencia, tienen mayores posibilidades" (Enc.
Populorum progressio, No, 32).
13. A este respeto, recordamos a los religiosos la necesidad de:
*
a) Insistir en una seria formación espiritual y teológica,
profundas y continuadas, armonizadas con el cultivo y aprecio de
los valores humanos;
*
b) Valorar el apostolado y sus exigencias como elemento esencial
de la vida religiosa. La fidelidad a este aspecto esencial pide a
los religiosos la renovación constante de sus métodos dentro de la
continuidad con su propio patrimonio. Asimilarán así todo lo mejor
que vaya surgiendo en la Iglesia y adaptarán sus sistemas a los
nuevos procedimientos y nuevas necesidades;
*
c) Considerar que el desarrollo se conecta necesariamente con
dimensiones de justicia y caridad. La teología debe intervenir
para ponderarlas en orden a una pastoral que cada vez necesita
mayor actualización, dado el dinamismo del progreso humano;
*
d) Revisar sinceramente la formación social que se da a los
religiosos, concediendo especial importancia a las experiencias
vitales, con miras a la adquisición de una mentalidad social;
*
e) Atender, educar, evangelizar y promover sobre todo a las clases
sociales marginadas. Con un espíritu eminentemente misionero,
preocuparse por los numerosos grupos indígenas del continente;
*
f) Promover un auténtico espíritu de pobreza que lleve a poner
efectivamente al servicio de los demás bienes que se tienen;
*
g) Cumplir lo pedido por Pablo VI referente a la reforma agraria
en el caso de que posean tierras no necesarias para la obra
apostólica.
III. Pastoral de conjunto
14. Es necesario que, en nuestros planes de Pastoral de conjunto,
puedan las Congregaciones religiosas integrarse de acuerdo con el
carisma, las finalidades específicas de cada Instituto y las
prioridades pastorales, aunque para esto sea menester abandonar, a
veces, ciertas obras para atender otras que se consideren más urgentes
y necesarias.
Esta íntima participación de los religiosos ha de realizarse desde la
etapa de reflexión y de planificación hasta la de realización, sin
olvidar que la integración real sólo se obtiene cuando las propias
comunidades religiosas (a nivel provincial y local) toman conciencia
de la responsabilidad pastoral colegial y reflexionan en sintonía con
los demás grupos y miembros del Pueblo de Dios.
15. Somos conscientes de la indispensable labor apostólica que
realizan religiosos y religiosas. Ellos seguirán siendo, junto al
clero diocesano, la base de la evangelización de América Latina.
Sugerimos, sin embargo, que los religiosos se esfuercen por integrar a
los laicos en los trabajos apostólicos, respetando sinceramente su
competencia en el orden temporal y reconociéndoles su responsabilidad
propia dentro de la Iglesia.
16. En fin, ya que el trabajo de evangelización supone permanencia y
estabilidad, esta Segunda Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano, pide encarecidamente a los Superiores Mayores den
estabilidad al personal religioso que desempeña funciones apostólicas
en América Latina, de acuerdo con los convenios suscritos con los
Obispos del lugar.
Laicos consagrados en la Vida Religiosa y en los institutos seculares
17. La más clara conciencia que van tomando los laicos del puesto que
les corresponde dentro de la Iglesia por fuerza de su bautismo, nos
hace ver y apreciar de manera especial el enorme potencial que
representan para América Latina los numerosos hombres y mujeres que,
conservando su condición laical, se han consagrado al Señor en la Vida
Religiosa o en los Institutos Seculares.
Religiosos laicales
18. Recordamos, ante todo, que "la vida religiosa laical, tanto para
los hombres como para las mujeres, constituye en sí misma un estado
completo de profesión de los consejos evangélicos".
Sin embargo, para que los religiosos laicales puedan cumplir su misión
específica en la América Latina de hoy, es necesario que valoricen su
papel de religiosos y laicos. Por sus tareas apostólicas y
profesionales, comunitarias y personales, ellos han de ser un
testimonio valioso y un apoyo eficaz para aquellos laicos que trabajan
en las mismas actividades.
19. En el campo de la promoción humana los institutos religiosos
laicales deberían diversificarse a la luz de una presencia bien
comprendida de la Iglesia en un mundo en desarrollo. Un modo de esta
presencia lo constituyen las pequeñas comunidades que viven del propio
trabajo.
20. Los religiosos laicales podrán prestar frecuentemente un apoyo
valioso al ministerio jerárquico. En este sentido adquiere especial
importancia, en la situación actual de América Latina, el trabajo que
realizan, por ejemplo, las religiosas encargadas de vicarías
parroquiales en aquellos lugares en donde no hay presencia sacerdotal
permanente.
21. Toda esta actualización exige una preparación esmerada, que obliga
a las comunidades religiosas a una profunda reflexión cristiana sobre
las condiciones humanas encontradas en América Latina y a una
competencia profesional en los diversos sectores.
22. Los trabajos domésticos, necesarios y meritorios, no sean, para
las religiosas y religiosos de institutos de apostolado directo, un
impedimento para su labor específica.
23. Una atención especial debe prestarse a la formación espiritual y
al "aggiornamento" de los religiosos laicales, para que ellos puedan
ser una señal inteligible que manifieste al hombre latinoamericano su
vocación.
Institutos seculares
24. Los Institutos seculares, "dada su propia y particular fisonomía,
es decir, la secular", realizan una especial presencia de la Iglesia
en el mundo. Por eso los miembros de Institutos seculares, mediante
una inserción y una acción profunda y eficiente en medio de los lacios
del Pueblo de Dios, sean un verdadero fermento en la masa. A ellos
toca realizar la presencia de la Iglesia, de modo especial, en
ambientes y actividades seculares del mundo actual.
Necesidad de centros regionales de decisión
25. Dado que la situación de América Latina es muy diferente a la de
otras regiones, en todos los órdenes, es muy importante que las
decisiones para la aplicación concreta de las normas generales dadas
por los institutos religiosos, sean tomadas por la competente
autoridad nacional o regional. De otra manera se corre el riesgo de
interpretar mal las situaciones concretas, con grave daño para la vida
y la actividad de las comunidades religiosas.
Los religiosos en la vida del pueblo Dios bajo la coordinación de la
jerarquía
26. Lo propio de los religiosos sólo se entiende relacionándolos con
los otros miembros, funciones y ministerios del Pueblo de Dios.
Los religiosos presbíteros tienen una situación especial: están unidos
con los obispos en el sacerdocio, son consagrados para ser
cooperadores del orden episcopal y pertenecen al clero de la Diócesis
en cuanto participan en obras de apostolado bajo la autoridad de los
obispos.
Religiosos y religiosas se integran en la pastoral jerárquica a
diversos niveles: en el presbiterio, en el consejo pastoral, en
organismos supradiocesanos.
27. La diversidad de niveles de integración supone, para los
superiores religiosos, la misión de coordinar y alimentar las
diferentes participaciones; les toca desarrollar y mantener el sentido
de comunidad que debe ligar la vida religiosa, en sus diversas
funciones y ministerios, con el Pueblo de Dios. Consecuentemente la
misión de los superiores, sobre todo de los Superiores Mayores, deberá
integrarse muchas veces en niveles que rebasan los de la Iglesia
local.
28. En bien de la pastoral diocesana y nacional es indispensable que
los obispos se reúnan periódicamente con los superiores religiosos y
que las Conferencias Episcopales inviten a sus asambleas a la
Conferencia de Religiosos y de Religiosas; y viceversa, para tratar en
un ambiente de comprensión y cordialidad lo que se refiere a la
participación de los religiosos en la Pastoral de conjunto.
29. Un ejemplo de esta coordinación tan necesaria lo encontramos muy
bien logrado en el plano continental, gracias a las relaciones
institucionalizadas ya existentes entre el CELAM y la Conferencia
Latinoamericana de Religiosos (CLAR). Sea esta la oportunidad para
pedir a todos los religiosos y religiosas del continente que secunden
la actividad de sus Conferencias Nacionales y de la CLAR a fin de que
esos organismos sean para el Episcopado interlocutores cada vez más
válidos y más eficaces vehículos de nuestro interés por la vida
religiosa.
30. Por otra parte esta Segunda Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano considera muy conveniente que haya religiosos y
religiosas de diversas regiones de América Latina presentes en las
Congregaciones Romanas y en particular en la de Religiosos.