Alberta Giménez Escritos literarios
A mi mejor amiga1
Ausente de ti, querida,
sin poder secar tu llanto
me veo, y lo siento tanto
porque cual tú sufro y lloro.
Bien quisiera aminorar
con mi cantar tu sufrir.
Mas... ¿lo podré conseguir?
¡Musa, tu favor imploro!
Triste es sin duda, Pepita,
para un pecho generoso
ver el aspecto horroroso
que presenta esa ciudad.
Yo, de pensarlo, me aflijo
y ruego a Dios que os dé aliento
para arrostrar el sufrimiento
y conservar serenidad.
No llores, no, dulce amiga,
porque en torno de tu hogar
veas la muerte pasar
esgrimiendo su guadaña;
no te arredre su fiereza
ni el temor te desazone,
que, cuando Dios se le opone,
es impotente su saña.
No temas que, al despertar,
tras noche lúgubre y triste,
hayas de ver que no existe
la persona que te amara;
ni formes el loco empeño
de luchar con tu destino,
que, al nacer, trazó el camino
que a la muerte te llevará.
Humilla, dócil, tu frente,
y espera, tranquila el alma,
que presto una dulce calma
a esta lucha seguirá.
Y, juntas, cual otro tiempo,
dándonos mutuo consuelo,
gracias daremos al Cielo
y nuestras preces oirá.
Y nos librará para siempre
del más cruel de los castigos,
del que nos priva de amigos,
de padres, hijos y esposos:
del que convierte en desierto
la ciudad más populosa.
¡De la Peste!... de esa diosa
de los males horrorosos.
¿Quieres de veras gozar?
¿Sentir placer y alegría?
Pues, piensa, querida mía,
cuán feliz será el momento
en que, juntos nuestros rostros,
los corazones unidos
confundiendo sus latidos,
rebosemos de contento.
Esa idea forma aquí
la ilusión halagüeña
con que se deleita y sueña,
con que se duerme y despierta
la que tanto amor te tiene,
la que por tu bien suspira,
la que solamente aspira
a complacerte.
1 Alberta recibe un poema de su amiga Josefa Rotger, en el que
describe la penosa situación que se vive en Palma a causa del cólera.
Ella le contesta con unos versos intentando aliviar así su dolor. Es
el verano de 1865.