¡Buenos días, Alberta!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu.
Esta semana vamos a hacer nuestra oración inicial de cada día la mano
de M. Alberta. El jueves, 23, será el día clave de la semana porque
hace muchos años, otro 23 de abril, ella dio un paso decisivo y entró
en la Pureza. Vamos a seguir dirigiéndonos al Señor durante esta
semana con el tema de la felicidad, objetivo de este curso.
Sin duda que nos hemos preguntado alguna vez si una persona puede
llegar a ser verdaderamente feliz. Y la respuesta dependerá de cada
uno.
Algunos creen que se es plenamente feliz, cuándo se tiene todo. ¿Tú
crees que es así?
Otros dicen que se es feliz cuando se es una persona querida por
todos. ¿Tú crees que esto basta?
Otros piensan que se es plenamente feliz cuando se llevan a cabo todos
los planes y proyectos que uno tiene en su cabeza. ¿Tú qué piensas,
basta esto?
¡En fin! Estaríamos hablando días…
Todos tenemos en la cabeza ejemplos de personas que teniendo todas
estas cosas han tenido una triste vida. Entonces, ¿se puede ser feliz
plenamente o no?
Hay muchos elementos que nos dan la felicidad y nos hacen felices. Hoy
solo vamos a hablar de uno: la gratuidad.
Se es feliz cuando lo que das a otros no te lo pueden pagar. En ello
uno siente gran felicidad. Alberta dio a manos llenas, sin pensar en
sí misma, sin esperar recompensa ni pago alguno. Ella daba y se daba
gratis. No ponía precio a lo que hacía. Si atendía a una alumna, si
consolaba a una hermana, si escuchaba a un padre de familia, si se
pasaba la noche sentada al lado de la cama de una enferma, si
necesitaban de ella, lo dejaba todo y se volcaba sin pensar en sus
propios planes. Alberta creía que la vida era esto, dar gratis, dar a
todos, dar sin pensar en ella misma. De esta manera lograba que su
lema: “Tu felicidad es mi felicidad” fuera una realidad en su jornada,
porque era feliz haciendo felices a los otros con su entrega y
disponibilidad.
Hay personas que “compran” a los demás con regalos o que siempre están
contando a sus amigos todo lo que ellos han hecho por alguien y que
esta, a su vez, no les ha dado nada y les ha dejado tirados. Por este
camino no iba Alberta. Ella entregaba lo que tenía y no pensaba que se
lo tenían que devolver. Mucha gente actúa y se mueve solo por interés,
por dinero, por regalos.
M. Alberta nos enseña a dar gratuitamente, no ser calculadores ni
egoístas. Nos enseña que es olvidándose de uno mismo como se logra ser
feliz sin pensarlo ni procurarlo. “Lo que hemos recibido gratis, dadlo
gratis”, nos dice el Evangelio. Esto lo tenía la Madre muy presente.
Pidamos al Señor que seamos capaces de dar, dar gratis, sin esperar
que el otro me devuelva ese gesto con algo. No seamos tacaños. Has
recibido mucho y lo has recibido gratis, pues debes dar mucho y
gratuitamente. Que así sea.
(Mañana seguiremos con otro aspecto, ¿cuál será? Suspense…)